La obsesión de ser el nuevo Michael Burry

La obsesión de ser el nuevo Michael Burry

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La estacionalidad es un factor que se estudia en el campo del análisis bursátil y es especialmente importante en el área de las materias primas, aunque puede aplicarse a cualquier activo. Este factor también juega un papel fundamental en la creación de contenidos relacionados con los mercados financieros. En los meses de invierno, por ejemplo, nos encontraremos con las habituales predicciones sobre el devenir de diversas categorías de activos de cara al ejercicio siguiente. En mayo, tocará hablar, una vez más, sobre la archiconocida frase Sell in May and go away y, llegado el verano, hay que poner el foco de atención en la búsqueda de valores para pasar “tranquilos” los meses estivales.

Sin embargo, lo que está siempre presente, sea otoño, invierno, primavera o verano, es lo que he denominado como la obsesión, o el síndrome, de querer ser el nuevo Michael Burry. Para el profano en la materia, Burry fue el gestor del fondo Scion Capital durante ocho años, abandonando el mismo tras el estallido de la burbuja de las hipotecas subprime. En los últimos tiempos, su figura ha ido ganando notoriedad en el panorama nacional gracias a la película The Big Short, en donde es magníficamente interpretado por Christian Bale. La película, basada en el libro de Michael Lewis, narra la historia de cómo Burry se dio cuenta del enorme error que estaba cometiendo la banca de inversión norteamericana en la fragua de la mayor burbuja crediticia conocida y decidió apostar contra ella (cosechando una rentabilidad de triple dígito por el camino).

Aunque el intento de pronosticar el techo del actual mercado alcista no es nuevo y llevo leyendo todo tipo de teorías durante el último lustro, las ganas de ser el nuevo Michael Burry se intensifican a cada día que pasa y el mercado no cede. Lógicamente, si yo pronostico todos los días que voy a morir, desgraciadamente, tarde o temprano se cumplirá, pero creo que tiene más sentido disfrutar de la vida que intentar justificar cada día las razones por las que creo que me voy a ir al otro barrio. Esto puede extenderse al actual mercado alcista, próximo a cumplir una década, al cual llevan intentando ponerle fin desde hace muchos años. Tarde o temprano, alguien escribirá el artículo preciso en el momento exacto y conseguirá colgarse la medalla, pero creo que eso no dirá mucho de su capacidad predictiva ni de análisis. Y, en este mundo, tampoco sirve de nada el “te lo dije” (más allá de combustible para nuestro ego), si no se monetiza.

Tirando de memoria, lo primero que leía cuando empecé a estudiar este apasionante mundo, allá por 2013, era que el mercado no podía subir más porque estaba próximo a hacer cinco años de vida y eso era la media de un mercado alcista. Comprendí más tarde que los mercados no mueren de viejos. Otra de las excusas era la de que la Reserva Federal pondría fin a su programa de estímulos y el mercado sucumbiría. Fracasadas estas dos teorías, llegó el momento de ampliar el abanico: el conflicto entre Rusia y Ucrania, que iba a desencadenar la tercera guerra mundial, la posible independencia de Escocia, la desaceleración de la Eurozona, Grecia, la caída del precio del petróleo, malos datos macroeconómicos en China, los derivados del Deutsche Bank, la extinción del sistema bancario debido a los bajos tipos de interés, el Brexit, las elecciones en Estados Unidos, Trump, el dólar débil, la subida del precio del petróleo, el dólar fuerte, el aumento de los tipos de interés y otras tantas teorías que han ido quedando en el tintero conforme no se materializaban escenarios catastrofistas a nivel bursátil.

Con las que más he podido disfrutar han sido con las que entran en la categoría de exóticas. He visto conteos de ondas de Elliott, señales de alerta porque el oscilador XYZ llegaba a sobrecompra (normal en un mercado alcista, escribía sobre ello aquí), gráficos en diferentes escalas superpuestos para hacernos creer que el mercado se está moviendo exactamente igual que las semanas previas al crash del 29 (también del 87) o que el gráfico del Deutsche Bank replica al de Lehman antes del colapso, ratios bursátiles fuera de contexto y extrañas reglas geométricas. Respeto y valoro al que se toma su tiempo en analizar cómo puede afectar un precio del petróleo muy bajo durante mucho tiempo y que concluya que muchas empresas del sector tengan que echar la verja, incurrir en impagos, despedir a sus empleados y que eso pueda tener un impacto negativo en una determinada economía o a nivel global, considerándolo un factor de riesgo que debe ser vigilado. Pero superponer dos gráficos o utilizar un oscilador para poner fin a un mercado alcista, roza lo absurdo.

Las últimas actualizaciones catastrofistas de las grandes gestoras sugieren comprar oro, debido a los riesgos inflacionistas (cuando la renta variable ha demostrado ser el mejor activo en esos escenarios), cubrir las carteras fruto de los riesgos que pueden derivar de la guerra comercial, aunque por otro lado nos hablan de tomar posiciones en emergentes, y olvidarse de las acciones de pequeña y mediana capitalización para dar paso en nuestras carteras a las de gran capitalización. En resumen, intentar colocar una solución en forma de fondo multiactivo a cualquiera que pase a preguntar. En mi opinión, siempre hay más oportunidades de encontrar valor en pequeñas y medianas empresas que en las grandes. En Estados Unidos, por ejemplo, las small caps lo han hecho extraordinariamente bien a lo largo de este mercado alcista, ya que están expuestas principalmente al mercado norteamericano, salen muy favorecidas por la reforma fiscal y no están tan expuestas a las consecuencias de la guerra comercial.

La incertidumbre la pone ahora el señor Trump. De hecho, el equipo de analistas de TMS Brokers me comentaba en mi visita a sus oficinas centrales en Varsovia que era mejor, y salía más barato, tener una cuenta de Twitter, y seguir al presidente de la primera potencia mundial, que una terminal de Bloomberg. Dentro de que es imposible medir cada una de las consecuencias de sus tuits, igual que el desconcierto que produjo el Brexit, haga las cosas sencillas si quiere navegar en un escenario de incertidumbre. Que las valoraciones cada vez están más ajustadas y el ciclo muy maduro no es nada nuevo.

Mucha gente se extraña de volver a ver los índices de Wall Street cerca de máximos, cuando hace tiempo que la línea de avances y descensos del NYSE constató la estupenda salud del mercado, avalada también por los buenos datos macroeconómicos al otro lado del Atlántico. Como vemos en la imagen siguiente, a principios de mayo, se produjo la superación de los máximos previos en este indicador de amplitud. En consecuencia, este movimiento alcista de varios meses en el S&P 500, desde el “susto” de principios de año, no debería haber cogido a nadie por sorpresa.

No quiera ser el nuevo Michael Burry, no intente anticipar nada. Distribuya sus activos en función de su tolerancia y capacidad para asumir riesgos. En la parte de renta fija, busque bonos de corta duración, ya que son menos sensibles a las subidas de tipos y en la parte de renta variable, como digo siempre, no importa la ubicación geográfica de la empresa, importa la calidad, y más en la fase del ciclo en la que nos encontramos. Activos como el oro, o las criptodivisas, pueden jugar un papel a la hora de añadir descorrelación a nuestras carteras, pero el peso en las mismas debería ser simbólico.

Cuando llegue el próximo mercado bajista, que llegará, ya habrá tiempo para cambiar la visión estratégica. Jugar a intentar buscar techos de mercado es una de las actividades más peligrosas que hay.

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